3. Tarjeta verde.


Acababa de poner la mesa cuando escuché cómo la puerta de casa se cerraba. Era mi madre que había vuelto de trabajar. Me puse de los nervios porque tenía que contarle lo del viaje a Florencia, y no sabía cómo se lo iba a tomar. Sam y yo habíamos entregado el papel de suscripción nada más terminaron las clases sin pensárnoslo dos veces. Lo cierto es que ha sido una locura, ya que sólo he pensado en mí misma y se me había olvidado por completo la opinión de mi madre.

Hola mamá, ya está lista la cena. -estaba de pie en la cocina, nerviosa. Me coloqué el pelo por detrás de las orejas y me apoyé en la mesa para actuar con más normalidad. 

- Hola cariño. – me dio un beso en la mejilla, dejó las cosas en la cocina y echó un vistazo a la mesa. -¿espaguetis a la carbonara?, esa es mi comida favorita, algo quieres.

- No, solamente me apetecía hacerla, he imaginado que estarías muy cansada después de trabajar todo el día. -mentí con una sonrisa.

- Bueno, gracias cielo, pero a mí no me engañas. -me echó 'su mirada' y nos sentamos a cenar.

¿Qué tal el trabajo?

- Pf, ha sido un día duro, el paciente del que te hablé no ha respondido como esperábamos al trasplante de corazón y lo ha rechazado. –dijo agachando la cabeza y enrollando los espaguetis al tenedor.

- Vaya... lo siento mamá.

Mi madre trabajaba de enfermera en el hospital que estaba justo detrás de mi casa. Llevaba trabajando ahí desde hace muchos años y gracias a ella me fascina todo lo relacionado con la salud. Cuando era pequeña y pasaba días enteros allí metida, supe que me iba a gustar todo aquello y me dije a mí misma que quería ser como ella. Por ese motivo me estoy esforzando tanto en mis notas, porque necesito una puntuación alta para entrar en la universidad.

- No pasa nada, son cosas que pasan. Algunos pueden con ello y otros no. -subió y bajó los hombros con cansancio. -¿y tú que tal el instituto?

Allá vamos, tenía que decírselo quisiera o no.

Bien, he tenido una mañana distinta a las demás.

- ¿Qué te ha pasado?


-Nos ha pasado mamá, a Sam y a mí. -frunció el entrecejo preocupada.- Tranquila, no es nada malo, solo que… ha venido el jefe de estudios a comentarnos el plan de intercambio de este año, y… nos hemos presentado.

Mi madre abrió los ojos como platos y se quedó inmóvil, mirándome. El hecho de que su niña, que ya no era tan pequeña, saliese del país, e incluso de la ciudad, le aterrorizaba, era demasiado protectora conmigo. 

- ¿Que... que has hecho qué? ¿sin avisarme ni consultarme? ¿te das cuenta de lo que conlleva que hagas ese viaje? 

- Mamá, no es nada definitivo, sólo podrán ir tres personas y ya sabes que es mi sueño, y no nos costaría dinero. 

- ¿Y si Sam no va contigo? ¿y si no conoces a las personas que vayan? ¿y si te toca con una familia problemática? No, definitivamente no, no puedo dejar que te vayas, lo siento, es demasiado peligroso. 

- ¡Pero mamá!

- Ni mamá ni nada, he dicho que no irás a ese viaje. 

- ¡Es sólo un viaje para seguir estudiando allí y cumplir mi sueño, no puedes esperar que me quede aquí haciendo lo que tú quieras, ya no soy una niña, es mi vida, no la tuya, abre los ojos de una vez! –dije alterada. 

Se quedó paralizada, sin decir una palabra. Apartó su plato de la mesa y se levantó de la silla. 

- Recoge la mesa y friega los platos. No te acuestes tarde, mañana madrugas. 

Fue hacia su habitación cabizbaja y me sentí horriblemente mal por haberla gritado de esa manera. Hice exactamente lo que me dijo a excepción de que no pegué ojo en toda la noche. 


El despertador volvió a sonar más irritable de lo normal, y después de la noche pasada decidí concederme unos cinco minutos más. El problema fue que no fueron cinco, si no veinte. Di un gran salto de la cama al ver que eran las ocho menos cinco, y por supuesto, llegaba tarde. Me vestí rápidamente, cogí la mochila y fui a la cocina. Estaban todas las luces apagadas y no tenía el desayuno preparado como todas las mañanas, mi madre estaba enfadada, me había quedado claro. Sentía la duda de ir a decirle que me iba al instituto o... simplemente irme sin más, además, tampoco quería despertarla. Así que guardé las llaves de casa en el bolsillo y salí por la puerta.
Las tres primeras horas fueron más eternas de lo normal, encima no podía pensar en otra cosa que en el viaje a Florencia. Estaba claro que tan solo nos habíamos suscrito, y bueno, teníamos probabilidades de que nos cogieran, pero no había nada claro todavía. Debería haberlo consultado antes con mi madre, he sido muy egoísta ya que si me voy tres meses allí, ella se quedará completamente sola en casa.
Cuando pensé aquello, un sudor frío me recorrió la espalda.

- Sé en qué estás pensado, y sí, ha sido una locura. –Sam me miraba exactamente igual que yo a ella, con cara de culpabilidad.

- ¿Cómo se lo han tomado tus padres?

- Bueno… -decía mientras alargaba la palabra y subía un poco el tono de su voz.- podríamos decir que mejor de lo que esperaba. Les preocupa que no vayamos juntas, no pensamos en eso, ¿sabes?

- Lo sé, mi madre está igual, pero nuestras notas son lo suficientemente altas para tener probabilidades y además, similares. Pienso que si te cogen a ti, también a mí. –recogí las cosas de encima de la mesa y nos dirigimos hacia la cafetería.

- Es posible, pensé en eso cuando entregamos el papel, por eso lo hice tan convencida. Pero…

- Nos olvidamos de todo lo demás, ya. Mi madre se ha enfadado conmigo por no contar con ella en esto, pero no soy una niña pequeña, me falta poco para cumplir dieciocho años, tengo derecho a elegir qué quiero hacer con mi vida. –aquello sonó más serio de lo que esperaba.

Sam no dejaba de asentir con la cabeza. Por estos motivos es mi mejor amiga, porque no solo me entiende, si no que piensa exactamente igual que yo. Es como, mi otra yo y me encanta.

- Yo lo estuve hablando ayer por la tarde con Mig y se molestó un poco, pero me comprendió. Piensa que tan solo son tres meses, pero que aun así, le van a parecer una tortura. El lado bueno, es que tendrá más tiempo para dedicarse a los estudios, pero no sé Sofi, a pesar de que voy a echarle de menos, vale la pena…

Mientras Sam hablaba, mi mente no dejaba de decir: “Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda...” Javi.
Me había olvidado por completo de él, ¿pero cómo me podía pasar esto? ¿Cómo he podido ser tan despistada y egoísta? Se me cayó el mundo al suelo en un instante.

- Oh joder Sofía, ¿no se lo has dicho a Javi?

- No, no le he contado nada. Lo había olvidado. –dejé de caminar justo en la puerta de la cafetería y me tapé los ojos con las manos.

- Pues vas a tener que hacerlo pronto, porque no se lo vas a poder ocultar durante mucho tiempo.

- Es que si le cuento que me he inscrito sin preguntarle nada, se va a cabrear, y lo sabes. –me hizo una mirada comprensiva. Ambas sabíamos el carácter de Javi y se lo tomaba todo muy a pecho.- Estoy pensando… ¿y si no le digo nada? Tenemos probabilidades de que nos elijan, pero , ¿y si no?

- ¿Y si sí? –Sam casi me gritó con aquello.

- Si no nos eligen, no sabrá nada de esto nunca. –la mirada amenazadora de Sam ya me lo estaba diciendo todo.

- Vale vale, es una mala idea.

- Una muy mala idea. Porque si no te eligen, al final se va a enterar ya que Mig quizá ya se lo haya contado… Y si te eligen y no le cuentas nada, va a ser lo peor.

Sabía que tenía razón, pero contarle esto a Javi me daba más miedo incluso que a mi madre, y eso ya es decir. De lo que estaba segura, era que tenía que saberlo por mí misma, y no por otras personas.
Entramos a la zona de las mesas y allí estaban nuestros amigos, con la mejor cara de la semana porque por fin era viernes. Javi me miraba sonriendo mientras nos acercábamos a ellos, tenía miedo de saber cuánto tiempo iba a durar esa sonrisa.
No dije nada, le di un beso al sentarme y saqué mi almuerzo.

- ¿Qué te apetece hacer esta noche? –sacó tres papeles de colores.

- ¿Qué es eso? –le miré con curiosidad y los dejó encima de la mesa. Eran tres tarjetas de colores; roja, verde y azul.

- Como siempre me respondes que no sabes qué hacer los fines de semana, pues te doy a elegir entre estas tres opciones.

En la tarjeta roja ponía Una partida a bolos y lo que surja, luego en la verde había escrito Películas de miedo en el sofá (con palomitas por favor), y en la azul Adiós a las noches de flexo, y hola a la fiesta.
No pude evitar sacar una sonrisa como agradecimiento, pero después de lo que tenía que decirle, se me habían ido las ganas de todo.

- Mmm… -cogí la tarjeta de color verde y se la di.- Esta.

- No sé porqué, sabía que ibas a escoger esa.

- Porque es mi color favorito… ¿quizá? –me sacó la lengua y guardé las otras dos tarjetas para otro día.

- Vale, pues llegaré a tu casa sobre las nueve. –me puse un poco tensa, ya que lo mejor era que no viniese a mi casa porque así iba a enterarse sí o sí de lo que había hecho, pero no podía ponerle ninguna excusa.



- Vale, pero las palomitas las traes tú. -refunfuñó un poco, pero al fin y al cabo, se las iba a comer todas él, como siempre.


Al llegar a casa después del instituto, mi madre se había ido a trabajar, así que no iba a verla hasta la hora de cenar. No sabía muy bien como actuar ante esta situación, porque es la primera vez que nos pasa esto. 
Dediqué la mitad de la tarde a estudiar y la otra a dibujar. Dibujar siempre me ayudaba a relajarme y evadirme de todo, era como mi billete de huida, sobre todo si tenía de música de fondo a Passenger. Mi dibujo consistió en los árboles que hay justo delante de mi instituto, los que van cambiando de color a medida que pasa el día. Dibujé el árbol tres veces, y luego cada uno lo pinté dependiendo de los rayos de sol que lo iluminaran. Estaba terminando de pintar el tercer árbol con colores otoñales cuando mi madre entró por la puerta hablando con Javi. 
Salí rápido de mi habitación para ir a recibirlos, no sabía cómo estaría mi madre, pero por lo visto con Javi estaba como siempre, menos mal. 

- Hola. –les dije a los dos. 

- Hola Sofia, me voy a cenar, ya os dejo solos. 

- Tranquila mamá, no importa. –dije, pero ya se había metido en la cocina.

Javi y yo nos fuimos hacia mi habitación para ir escogiendo qué película íbamos a ver. 

- ¿Quieres de miedo o prefieres otro tema? A mi no me importa cambiar. –le dije mientras iba encendiendo el portátil.

- ¿Acaso eres una cagueta? 

- No idiota, no es la primera vez que veo una película de terror contigo.

- Ya, pero siempre terminas destrozandome la
mano de tanto apretar, vaya. –dijo mientras le hacia una mirada asesina.– Ve eligiéndola tú, que yo mientras voy a hacer las palomitas al microondas. 

Escogí una llamada La cabaña del bosque, que al final resultó ser más de risa que de miedo, ya que salían escenas tan típicas que al final te hacían gracia. Las palomitas se terminaron a los cinco minutos de empezar a verla, pero como ya dije antes, por que él sé las zampó todas. 
Cuando faltaban veinte minutos de película, mi madre llamó a la puerta.

- Chicos, me voy a la cama, mañana me toca trabajar toda la tarde y noche, así que voy a descansar. 

- ¿Mañana tienes turno de guardia? 

- Sí, así que ya te prepararás tu la comida y la cena, ya que eres lo suficientemente mayor como para apañartelas sola.– aquello no me lo esperaba, y como un reflejo, bajé la mirada sin decir nada.– En fin, buenas noches.

- Buenas noches. –respondió Javi a la vez que mi madre cerraba la puerta de la habitación.– Oye, no quiero meterme donde no me llaman pero, ¿ha pasado algo Sofi? 

- Lo cierto es que sí. –seguía sin levantar la mirada, y con nervios por todo lo cuerpo. 

- Puedes contarmelo, si quieres. –pasó su brazo por encima de mi hombro mientras me atraía hacia sí.– ¿a que se refería con lo de que puedes apañartelas tu sola? 

- Ayer le dije que ya no era una niña, que tenía derecho a escoger por mi sola. 

- ¿A escoger qué? –frunció el ceño. Creo que ya sabía a qué me estaba refiriendo. 

- Me he apuntando al intercambio con Sam.  






2. Un día de luto.

- Por favor, te lo suplico, delante de los niños no, no hagas esto. 
- He dicho que te calles, yo haré lo que yo quiera, esta es mi casa, y si no te gusta, lárgate de aquí. 
- No dejaría a mis hijos solos con un monstruo como tú, si sigo aquí es por ellos, no por ti. 
- Ten cuidado con lo que dices..
- No pienso callarme. ¿Por qué? ¿vas a cometer el mismo error de siempre? llegas borracho a diario, de madrugada, y montando un espectáculo, despiertas a los niños y les asustas, tienen miedo de su propio padre. 
- ¡Te he dicho que te calles! 
- ¡Y yo te he dicho que no pienso hacer...!
- ... 
- ...
- Lo siento, lo siento, lo siento no quería hacerlo, he perdido la cabeza, lo siento, ¿estás bien? ¿te he hecho daño?
- Por favor, déjame, no me toques. 
- Cariño lo siento yo no quer...
- No me pidas perdón, reza para que los niños estén durmiendo y no hayan escuchado nada. Y he dicho que no me toques, no vuelvas a acercarte a mí. 

[...]

Desperté de golpe, tal y como cuando estás soñando que te caes al vacío. 
Las sábanas estaban pegadas a mí debido al sudor que desprendía mi cuerpo.
Era aún de noche, de madrugada. 
Me quedé mirando hacia ninguna parte, hacia la oscuridad, y una gota de sudor cayó de mi frente, mis tensos músculos empezaron a relajarse y mi acelerada respiración empezó a calmarse. 
Casi todas las noches, la misma escena invadía mi mente y hacía que me despertase a horas nauseabundas como si de una pesadilla se tratase, y es que era aún peor que eso. 
Miré el reloj. 
Las cuatro y trece minutos. 
Sabía que no podría volverme a dormir así que me levanté de la cama para ir a beber algo frío, hacía demasiada calor en la casa, o quizá era sólo yo. 
Abrí la puerta de mi habitación y, justo en frente de ella, se encontraba Simba, durmiendo plácidamente. 
No quise interrumpir su sueño así que seguí caminando a paso lento. 
La planta de mis pies desnudos tocaban el frío suelo de parquet, una sensación que me gustaba bastante. 
Pasé delante del salón y vi que alguien había dejado la televisión encendida, pero seguí hasta la cocina, donde cogí una botella de agua de la nevera para luego verter en un vaso. 
Mientras bebía eché un vistazo a mi alrededor. 
La cocina estaba hecha un asco; los platos sin fregar, las encimeras sucias, el suelo, la pequeña mesa que teníamos para desayunar, y todo en medio en general. 
Seguía sin entrarme nada de sueño así que me puse a arreglar un poco aquel desastre. 
Limpié las encimeras, barrí y fregué el suelo, tiré restos de comida a la basura y por último, la mesa, y todo en silencio, como un ninja como aquel que dice. 
Dejé los platos para cuando estuvieran todos en pie, no era justo que a causa de mi insomnio, los demás no pudieran dormir. 
Fui al salón, y... más de lo mismo, ropa tirada en cualquier sitio, varias tazas en la mesita de café, la televisión encendida e incluso el sofá no estaba en su sitio. 
Recogí todo rápidamente y me puse a ver la tele, tendría que estar durmiendo, porque tenía que madrugar, pero ahí seguía. 

No había nada interesante, los programas que se emitían no es que fuesen muy buenos, y mucho menos a esas horas, puse Rock Television y me limité a dejar sonar la música que ponían de fondo con el volumen lo más bajo posible mientras me asomaba al balcón, no me vendría mal tomar el aire un poco. 
Volví a mirar el reloj, las seis menos diez. 

Apoyé mis brazos en la helada barandilla y esperé a que saliese el sol, era una imagen realmente preciosa, el amanecer visto desde tan alto y alrededor de tanta hermosura como la ciudad de Florencia era algo totalmente digno de ver. 
Pasaron unos minutos y empezó a salir el sol, bañando el barrio de Oltrarno de luz y de color. 

Desde mi balcón se podía ver el Ponte Vecchio, y varios lugares más como Piazza Santo Spirito, la plaza de una de las iglesias más interesantes y curiosas de Florencia, la del Santo Spirito. 

En la plaza, el trajín es continuo tanto de día como de noche: por la mañana se ve ocupada por los puestos de un mercado que se celebra a diario, mientras que de noche, son las terrazas de sus bares y restaurantes las que se ponen a rebosar, escena que se podía contemplar desde mi propia casa. 

El barrio de Oltrarno brinda desde varios lugares las vistas más bellas de Florencia, su mar de tejados rojos, sus torres, miradores y campanarios, y también cantidad de negocios de artesanos, puesto que Oltrarno es una zona situada al otro lado de las murallas que protegían la ciudad ha sido siempre y será el barrio de los trabajos antiguos, como por ejemplo, trabajos como restaurador, o escultor.

Estaba tan embobado contemplando aquella hermosa escena que no me percaté de que ya mismo sería hora de levantar a mi hermana y a mi padre, iba a ser un día muy largo y sobretodo muy duro. 

Noté un cosquilleo y como que algo rozaba mi pierna. Era aquel felino al que adoraba, mi pequeño Simba, que venía a darme los buenos días ronroneando con los ojos entrecerrados. Aquel pequeño gato de color negro grafito había sido mi mejor compañía, porque para qué vamos a engañarnos, a veces los animales te hacen más compañía que una persona. 

-Eh, hola, pequeño. 

Lo cogí y lo llevé dentro y estuve un buen rato acariciándole y escuchando el ronroneo. 

Eran ya casi las siete, fui a despertar a mi hermana y a mi padre. 
Entré a la habitación de mi hermana, estaba durmiendo plácidamente con cara de ángel. 
Miré a los lados de la habitación, buscando su pequeño equipo de música, lo divisé, estaba bajo un par de prendas de ropa, las cuales quité de encima. 
Encendí el pequeño equipo y busqué una canción; hice sonar Asleep, de The Smiths, abrí un poco la persiana, lo justo para no tener que encender la luz y me senté en la silla de su escritorio, esperando a que despertase. 
A los pocos segundos surgió efecto, abrió un poco los ojos, algo confusa, miró a su alrededor, y me vio a mí. 
Me dedicó una leve sonrisa y se estiró. 

- Buenos días Alex, ya casi son las siete, levántate y desayuna y sobretodo, cuando termines, por favor te lo pido, no lo dejes todo en medio. 

- Buenos días lo serán para ti, te parecerá bonito despertarme y decirme que me prepare el desayuno, ya tendría que estar listo. 

- Sí, claro, ¿qué más desea la señorita? 

- Cállate. - Se tapó con la sábana y dio media vuelta en la cama. - No quiero levantarme.

Me levanté de la silla y me tumbé a su lado, dándome ella la espalda; le di un fuerte abrazo. 

- Leo me estás asfixiando. 

- Pues levántate ya que no tenemos mucho tiempo y a parte de ser una marmota eres una tardona. 

- Qué tonto eres. 

- Oh, me has ofendido. -me levanté de la cama y la destapé, se quedó mirándome con cara de asombro e intentó volver a taparse, a lo que yo le quité del todo la sábana y me la llevé, gritando desde el pasillo: 

- ¡Más te vale estar lista, a las nueve tenemos que estar saliendo de casa!

Podía escuchar cómo se quejaba desde su habitación. 
Me dirigí hacia la habitación de mis padres, no quería tener que entrar, pero tenía que hacerlo, así que llamé varias veces a la puerta y entré. 
Se respiraba humo en el ambiente y apestaba a whisky, cómo no. 
Y allí estaba mi padre, sentado en la cama, mirando hacia la ventana que tenía justo en frente. 

- Papá, son casi las siete, tenemos que salir de aquí pasadas las nueve para llegar a buena hora a la misa. 

- Ya lo sé, yo también tengo reloj. Y si por mi fuera...

- Si por ti fuera no irías, pero ten un poco de respeto y de humanidad y ve a la iglesia, - se me quedó mirando fijamente y proseguí. - es la misa de el tío Lucas, te parecerá increíble pero es lo que se suele hacer cuando algún familiar tuyo muere, vas a despedirte de él. 

- Te he dicho que sé que hora es, y ya sé lo que tengo que hacer, no me hacen falta lecciones de un crío de dieciséis años. 

- Pues no lo parece. 

- No me tientes Leo, sal de aquí antes de cabrearme, es demasiado temprano para discutir. 

- Como quieras padre, como quieras. 

Fui a vestirme a mi habitación, hoy tocaba ir de luto. 
Hice la cama y luego a desayunar; Alex tenía una expresión muy seria en la cara, seguramente nos habría escuchado, ella al igual que yo odiaba esta situación. 
Se escuchó a mi padre dar una voz desde el pasillo:

- ¡Alexandra, haz tu cama antes de irnos, que no tenga que repetírtelo! 

Dimos ambos un pequeño bote, no nos lo esperábamos. 

- Tranquila. - dije - Ve a hacer la cama, anda, evitemos el tener una movida familiar hoy, bastante tenemos ya todos los días. 

Hizo su cama, nos terminamos de arreglar y nos dirigimos a la iglesia Santo Spirito, a decir adiós por última vez a nuestro tío. 

El recorrido de la casa a la iglesia fue muy tenso. Todo en silencio, sin decir ni una sola palabra. Yo me limitaba a pensar y reflexionar mientras escuchaba música sobre lo frágil que es la vida, no importa la edad que tengas, un día sin saber por qué, algo puede pasarte, ya sea una enfermedad, por la edad, o en el caso de mi tío, que aún le quedaba más de la mitad de su vida por delante, por un accidente. Pensaba que tal y como dice la frase, la vida son dos días, nunca sabes lo que puede pasar y tienes que aprovechar cada hora, cada minuto, cada segundo de ella al máximo.
La verdad, si llego a la vejez, no me gustaría ponerme a pensar y darme cuenta de que he desperdiciado mi vida, o hacerme la típica pregunta de "¿y si hubiera...?", no. Definitivamente no. Yo quería vivir mi vida a mi modo, sin arrepentirme de nada, o como también dice la frase, "si vas a hacer algo de lo que te vayas a arrepentir a la mañana siguiente, duerme hasta tarde".

En ese momento, salí de ese trance, sonó una de mis canciones favoritas, de esas con las que te identificas totalmente, y sientes que alguien te entiende, que no estás solo, y es que Beautiful Pain de Eminem, era una canción que decía exactamente lo que pensaba y sentía respecto a mi vida.

Hacía muchos años desde que mi madre se largó de casa sin despedirse si quiera, ni una triste carta o una llamada, nada.
Mi padre siguió comportándose igual hasta el día de hoy, y Alex, bueno... digamos que yo la sostuve y la sostengo, a la vez que me sostengo a mí mismo.
La verdad, no sabía qué me daba más rabia y me cabreaba más, el que mi madre se hubiera ido un día sin saber cómo ni por qué, o que mi padre no hubiera cambiado en absoluto, que cuando no trabajaba, se dedicaba a encerrarse en su habitación a fumar, beber y lamentarse de lo mal marido que fue y lo mal padre que está siendo.
La adolescencia ya es bastante dura como para tener que aguantar más cosas que se iban acumulando, y lo cierto es que, tenía miedo de explotar.

El coche se detuvo, nos bajamos y mi padre cerró el coche y acto seguido entró en la iglesia. Observé a Alex; estaba quieta, mirando aquella fachada, ella no lo decía pero yo sabía exactamente lo que pensaba. Todavía no lo había asimilado, ni se hacía a la idea de que habíamos perdido no sólo a nuestro tío, sino a nuestro amigo, era joven y nos entendía y ayudaba siempre que podía, y el hecho de entrar en esa iglesia le aterrorizaba, le aterrorizaba enfrentarse a la realidad, al igual que a mí.

Justo antes de entrar, me llegó un mensaje de Ricardo, mi mejor amigo.

"Hola Leo, no sé si te pillaré en un buen momento, pero me he enterado de lo que ha pasado y... quería decirte que lo siento, y que, estoy aquí para lo que necesites, aunque ya lo sepas, quiero recordártelo".

"Gracias Ricky, significa mucho para mí. Estamos a punto de entrar, luego te llamo y hablamos un rato".

"Hecho, hasta luego".

Guardé el móvil y cogí a Alex de la mano como si de una niña pequeña se tratase, y porque a ambos nos iba a hacer falta sentir mucho apoyo y, a continuación, entramos en la iglesia.











1. Una oportunidad se presenta.

La alarma hizo que me sobresaltase, nunca fallaba. 
Todos los días a las siete en punto, a pesar de que tendría que estar acostumbrada a ese horrible sonido, siempre conseguía que diera un bote de la cama sólo para apagarla. 
Noté por el olor a café recién hecho que mamá se había levantado bastante antes que yo para preparar el desayuno, así que empecé a vestirme. 
El tacto de la ropa fría era todo un alivio, hacía demasiada calor y había sido una noche larga de dar vueltas y vueltas en la cama a la vez que girar la almohada para apoyar la cabeza en el lado más fresco. 
Terminé de arreglarme y me dispuse a bajar al comedor, saludar a mi madre y empezar a desayunar.  
Tal y como yo pensaba, allí estaba, sentada en el sillón frente a la televisión con las primeras noticias de la mañana, con su taza de café y su expresión de sueño en la cara. 
Me acerqué a ella para darle un beso de buenos días y como agradecimiento por prepararme el desayuno, ya que la mayoría de días me quedaba dormida y tenía que ir a toda prisa haciéndolo todo para estar a mi hora en el instituto. No me podía permitir perder clase en mi último año y mucho menos a estas alturas de curso, que había pasado ya más de la mitad de la segunda evaluación y si quería estudiar lo que quisiera fuera de España, tenía que sacar las mejores notas posibles, pero eso no sería posible si faltaba lo más mínimo. 

- Buenos días mamá. -Dije sonriente. 

- Buenos días Sofi, veo que hoy te has levantado con tiempo. 

- Sí, la solución era poner el despertador lejos de mí para tener que levantarme a apagarlo yo misma. 

- Bueno, empieza pues a desayunar, no vaya a ser que después de haberte levantado a tu hora llegues tarde, yo me vuelvo a la cama. 

- Vale mamá, hasta luego. 

Me serví una taza de café caliente y un par de tostadas de mantequilla con mermelada de melocotón, mi preferida; en ese momento mi móvil emitió un leve sonido, una notificación de un nuevo mensaje. 
Era Sam, me preguntaba si estaría lista para venir a recogerme o si se iba ella directamente, a lo que le respondí que podía venir a recogerme cuando quisiera, que estaba casi apunto.
Bloqueé la pantalla del móvil y lo dejé sobre la mesa, llevé las cosas a la cocina y fui a cepillarme los dientes. 
Poco después recibí otro mensaje, esta vez no era de Sam. 

"Buenos días, dormilona, ¿estás ya 
en pie o sigues en la cama?". 

Era Javi, llevábamos saliendo siete meses y en nada haríamos ocho, teníamos muchos altibajos pero por fin las cosas parecían estar bien entre los dos, totalmente.

"Claro, diría incluso que me he levantado antes que tú". 

"Vaya, entonces nos vemos en un ratito, un beso". 

La verdad es que seguía siendo igual de soso que siempre, pero le quería de todas formas.
Esperé viendo las noticias mientras Sam venía a recogerme, no le prestaba demasiada atención pero empezaron a hablar sobre algo que me llamó al instante. 
«Un fatal accidente de tránsito se produjo ayer alrededor de las 06:00 hs, en el barrio de Oltrarno a la altura de la localidad de Florencia». 
Siempre había querido ir a Florencia, y esa noticia me llamó bastante la atención, así que seguí escuchando. 
«Por causas que se tratan de establecer, un automóvil Renault Clio, en el que viajaba Lucas Maximiliano Broggi de 26 años, con domicilio en el barrio dd Las Toscas, se salió imprevistamente de la carretera e impactó contra una garita ubicada en la banquina de la ruta. A raíz del impacto Broggi fue trasladado en grave estado al Hospital, donde poco después, lamentablemente murió».

Los accidentes, fueran los que fueran, con tan solo escucharlos hacían que me temblase todo el cuerpo. 
Decidí esperar a Sam fuera para que me diera un poco el aire fresco de las mañanas. Así que cogí la mochila, las llaves de casa, apagué la televisión y tras comprobar que no dejaba ninguna luz encendida, salí de casa. 

Mientras la esperaba apoyada en la pared de la calle que nos llevaba al instituto, me detuve a pensar en mi madre. Siempre estaba preocupándose por mí y esforzándose porque mi día a día fuese menos duro de lo que ya era. Intentaba aparentar que estaba bien y que había superado lo de mi padre, pero yo sabía que no era así. Ya habían pasado casi 8 años desde su divorcio, pero se quedó destrozada tras aquel engaño y yo, a pesar de ser pequeña, estuve muy afectada también.
Evadida por el pasado de mi desastre familiar, no me percaté de que alguien llevaba un rato mirándome. Era Sam, mi mejor amiga desde los cuatro años, prácticamente era como la hermana que nunca tuve y siempre quise ya que estábamos gran parte del tiempo juntas. 


Oh vaya! No te había visto llegar. –dije mientras parpadeaba varias veces y me ponía firme.

-Eso está claro, me parece que tú todavía sigues durmiendo Sofi, ¿o me equivoco? –dijo con sonrisa pícara.

-No, no te equivocas, siempre tienes razón. –le respondí refunfuñando.

-Deberías de haber visto la cara de boba que ponías, ¿por qué no se me ha ocurrido hacerte una foto? –se puso la mano en la frente y soltamos las dos una carcajada.
Miré en el móvil la hora que era y faltaban 5 minutos para las ocho, llegábamos tarde otra vez así que nos dimos prisa para ir al instituto.


Allí estaba yo, sentada en el mismo pupitre de todas las mañanas, escuchando a lo lejos a mi profesor de matemáticas explicando apasionadamente las integrales. Como no entendía ni la mitad de lo que estaba diciendo, decidí mirar por la ventana. Podría dedicarme todos los días a observar el amanecer que va bañando de color la ciudad. Siempre ocurre del mismo modo pero me parece algo mágico: el sol va saliendo con un color naranja amarillento por detrás de los edificios, empieza a inundar con una luz cálida las ventanas de la clase y seguidamente, esa calidez tan maravillosa va alumbrando las copas de los árboles. Las hojas van cambiando de color, primero de un naranja apagado a un amarillo, luego alumbra más parte de la copa y se pueden distinguir muchos más colores: verde, marrón, naranja, rojo...
Como ya he dicho antes; parece algo mágico.
Seguí mirando por la ventana y observé la casa granate de enfrente. La puerta se había abierto y de ella salía una niña con tirabuzones castaños de unos 8 años cogida de la mano de su padre. Su madre, todavía en pijama, se encontraba en la puerta despidiéndose con la mano.
Esta escena la contemplaba todos los días de mi rutina y no me cansaba de verla, ya que se había convertido en mi momento favorito del día. Podía verme a mí en esa escena, reflejada en ella, solo que unos diez años atrás. Me recordaba a mi antigua familia e infancia, cuando mi padre le daba un beso de despedida a mi madre antes de irse a trabajar y a mi me cogía de la mano para llevarme al colegio. Pero algo cambió con el tiempo, y mi padre ya no le daba el beso de despedida a mi madre, sino a otra mujer. Y dejó de cogerme de la mano para llevarme al colegio, cogiéndosela a su nueva hija. Por alguna razón dejó de querer a mi madre, pero a la vez, también dejó de quererme a mí.
A pesar de que estos recuerdos me rompen poco a poco, sigo adorando esa escena familiar tan dulce, porque hace tiempo que decidí recordar a mi padre de ese modo, en ese entonces y olvidar por completo el de ahora.

- Sofía –era mi profesor– ¿puedes decirme lo que acabo de explicar?

- Em.. am... no lo sé. –balbuceé mirando mi libreta y sonrojándome mientras oía risas burlonas por detrás de mí.

- Cuando termine la clase no te vayas, tengo que hablar contigo. –me dijo con tono serio.

Sam me hizo una mirada de preocupación. Podía ver lo que me estaba preguntando "¿qué te ocurre?". Le dije con los labios que nada, pero supongo que no se lo creyó.
Acabamos las tres primeras clases y el profesor me tuvo la típica charla de "te veo más despistada últimamente" o "si tienes algún problema, habla con Martínez, él siempre sabe qué hacer". Asentí y le dije que me concentraría más. El señor Martínez era el psicólogo del instituto y mi madre me había obligado a ir a aquella dichosa habitación para hablar con él sobre cómo me siento.
Cuando terminé de hablar con el profesor, Sam me esperaba en la puerta frunciendo el ceño preocupada. 

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha dicho? ¿Te ha vuelto a echar la charla? –me dijo con intriga mientras caminábamos por los pasillos.

- Sí, lo ha vuelto a hacer, qué pesado. Y me ha recomendado que hable más a menudo con el psicólogo. -puse los ojos en blanco y coloqué bien la mochila en mi espalda.

-¿Con el pelo rata?

Estallé a reír nada más escuchar el mote que le habíamos puesto desde que teníamos doce años. El psicólogo me ha ayudado con todo, pero su aspecto siempre ha sido de lo más peculiar. Camisas de los años cincuenta a rayas y colores apagados, pantalones por arriba del ombligo y de largos casi por la rodilla, gafas grandes y gruesas, y por supuesto su peinado con tupé.

-Sí, con el pelo rata Sam, pero me lo ha recomendado, así que no creo que vaya, no m....-respondí sin darle importancia mientras veía a lo lejos a Javi sonriéndome.

-¿No te qué? ¡Oye! Que estoy aquí... -contestó Sam indignada. Siguió mi mirada y también pudo ver a Javi a unos metros delante de nosotras.- Ah bueno, está ahí tu amor, ya volverás al mundo real.

Desvié la mirada de Javi y le sonreí a Sam como disculpa. Me despedí de ella y seguí en dirección hacia él.

Javi estaba esperándome en mitad del pasillo con una sonrisa. Me dirigí hacia él y cuando estaba a centímetros, abrió sus brazos alrededor de mi dándome todo su cariño en un abrazo, inundandome además con ese perfume que me volvía loca. 
- ¿Cómo estás pequeña? –dijo mientras me daba un beso en la cabeza y pasaba su brazo por encima de mis hombros. 

- Bueno, la hora de matemáticas ha sido un infierno, y más todavía la charla que me ha dado hace cinco minutos Don Luis, pero ahora que estoy contigo, genial. –saqué mi mejor sonrisa y pasé mi brazo por su cintura. 

- Ese profesor es insufrible, pero tranquila, que ya queda poco para quitártelo de vista. –sonrió también con cara alegre y nos dirigimos a la cafetería para almorzar. 
Allí estaban los amigos de Javi, Sam con su novio Miguel y un par de chicas más que se sentaron con ellos. Nos unimos al grupo y comenzamos a comer y a quejarnos de lo insoportables que eran las clases, en lo duro que se estaba volviendo el curso y en lo poco que quedaba para los exámenes finales.

Sé terminó el descanso, y me despedí de Javi con un beso fugaz porque llegábamos justos a clase. Cuando entré, todavía no había llegado la profesora. Menos mal, porque tenía muy mal carácter. 
Para mi sorpresa y la de todos los demás, entró el jefe de estudios por la puerta de clase cerrandola tras de sí. 

- Buenos días. –hizo una pequeña pausa para que le respondiéramos todos y siguió hablando.– Cómo ya sabéis, tan sólo os queda un trimestre para terminar el curso académico y hacer el examen de selectividad. Pero no he venido aquí para deciros algo que ya sabéis y daros más estrés. He venido para hablaros sobre el plan de intercambio que se realiza este año en los alumnos de último año–dijo señalando con evidencia a la clase.– vosotros. Consistirá en mudarse a la ciudad de Florencia, durante 3 meses para terminar allí el resto de las clases, acomodandose en una casa de una familia italiana. 

Mientras nos iba contando todo esto, mi corazón se aceleró y mi mente no dejaba de imaginar escenas en aquella ciudad tan maravillosa. Siempre me había llamado la atención Italia, y todavía más Florencia. Sam me miraba con los ojos brillantes de la emoción y estaba claro, que sentía lo mismo que yo. 

- Pero tan sólo podrán realizar este viaje un escaso número de personas con un alto valor académico, ya que el programa solamente ofrece tres plazas. Quien esté interesado/a que se acerque a secretaria y rellene las fichas de inscripción antes de que termine el día. 

Con una mirada ya sabíamos que ese viaje, tenía que ser nuestro.