1. Una oportunidad se presenta.

La alarma hizo que me sobresaltase, nunca fallaba. 
Todos los días a las siete en punto, a pesar de que tendría que estar acostumbrada a ese horrible sonido, siempre conseguía que diera un bote de la cama sólo para apagarla. 
Noté por el olor a café recién hecho que mamá se había levantado bastante antes que yo para preparar el desayuno, así que empecé a vestirme. 
El tacto de la ropa fría era todo un alivio, hacía demasiada calor y había sido una noche larga de dar vueltas y vueltas en la cama a la vez que girar la almohada para apoyar la cabeza en el lado más fresco. 
Terminé de arreglarme y me dispuse a bajar al comedor, saludar a mi madre y empezar a desayunar.  
Tal y como yo pensaba, allí estaba, sentada en el sillón frente a la televisión con las primeras noticias de la mañana, con su taza de café y su expresión de sueño en la cara. 
Me acerqué a ella para darle un beso de buenos días y como agradecimiento por prepararme el desayuno, ya que la mayoría de días me quedaba dormida y tenía que ir a toda prisa haciéndolo todo para estar a mi hora en el instituto. No me podía permitir perder clase en mi último año y mucho menos a estas alturas de curso, que había pasado ya más de la mitad de la segunda evaluación y si quería estudiar lo que quisiera fuera de España, tenía que sacar las mejores notas posibles, pero eso no sería posible si faltaba lo más mínimo. 

- Buenos días mamá. -Dije sonriente. 

- Buenos días Sofi, veo que hoy te has levantado con tiempo. 

- Sí, la solución era poner el despertador lejos de mí para tener que levantarme a apagarlo yo misma. 

- Bueno, empieza pues a desayunar, no vaya a ser que después de haberte levantado a tu hora llegues tarde, yo me vuelvo a la cama. 

- Vale mamá, hasta luego. 

Me serví una taza de café caliente y un par de tostadas de mantequilla con mermelada de melocotón, mi preferida; en ese momento mi móvil emitió un leve sonido, una notificación de un nuevo mensaje. 
Era Sam, me preguntaba si estaría lista para venir a recogerme o si se iba ella directamente, a lo que le respondí que podía venir a recogerme cuando quisiera, que estaba casi apunto.
Bloqueé la pantalla del móvil y lo dejé sobre la mesa, llevé las cosas a la cocina y fui a cepillarme los dientes. 
Poco después recibí otro mensaje, esta vez no era de Sam. 

"Buenos días, dormilona, ¿estás ya 
en pie o sigues en la cama?". 

Era Javi, llevábamos saliendo siete meses y en nada haríamos ocho, teníamos muchos altibajos pero por fin las cosas parecían estar bien entre los dos, totalmente.

"Claro, diría incluso que me he levantado antes que tú". 

"Vaya, entonces nos vemos en un ratito, un beso". 

La verdad es que seguía siendo igual de soso que siempre, pero le quería de todas formas.
Esperé viendo las noticias mientras Sam venía a recogerme, no le prestaba demasiada atención pero empezaron a hablar sobre algo que me llamó al instante. 
«Un fatal accidente de tránsito se produjo ayer alrededor de las 06:00 hs, en el barrio de Oltrarno a la altura de la localidad de Florencia». 
Siempre había querido ir a Florencia, y esa noticia me llamó bastante la atención, así que seguí escuchando. 
«Por causas que se tratan de establecer, un automóvil Renault Clio, en el que viajaba Lucas Maximiliano Broggi de 26 años, con domicilio en el barrio dd Las Toscas, se salió imprevistamente de la carretera e impactó contra una garita ubicada en la banquina de la ruta. A raíz del impacto Broggi fue trasladado en grave estado al Hospital, donde poco después, lamentablemente murió».

Los accidentes, fueran los que fueran, con tan solo escucharlos hacían que me temblase todo el cuerpo. 
Decidí esperar a Sam fuera para que me diera un poco el aire fresco de las mañanas. Así que cogí la mochila, las llaves de casa, apagué la televisión y tras comprobar que no dejaba ninguna luz encendida, salí de casa. 

Mientras la esperaba apoyada en la pared de la calle que nos llevaba al instituto, me detuve a pensar en mi madre. Siempre estaba preocupándose por mí y esforzándose porque mi día a día fuese menos duro de lo que ya era. Intentaba aparentar que estaba bien y que había superado lo de mi padre, pero yo sabía que no era así. Ya habían pasado casi 8 años desde su divorcio, pero se quedó destrozada tras aquel engaño y yo, a pesar de ser pequeña, estuve muy afectada también.
Evadida por el pasado de mi desastre familiar, no me percaté de que alguien llevaba un rato mirándome. Era Sam, mi mejor amiga desde los cuatro años, prácticamente era como la hermana que nunca tuve y siempre quise ya que estábamos gran parte del tiempo juntas. 


Oh vaya! No te había visto llegar. –dije mientras parpadeaba varias veces y me ponía firme.

-Eso está claro, me parece que tú todavía sigues durmiendo Sofi, ¿o me equivoco? –dijo con sonrisa pícara.

-No, no te equivocas, siempre tienes razón. –le respondí refunfuñando.

-Deberías de haber visto la cara de boba que ponías, ¿por qué no se me ha ocurrido hacerte una foto? –se puso la mano en la frente y soltamos las dos una carcajada.
Miré en el móvil la hora que era y faltaban 5 minutos para las ocho, llegábamos tarde otra vez así que nos dimos prisa para ir al instituto.


Allí estaba yo, sentada en el mismo pupitre de todas las mañanas, escuchando a lo lejos a mi profesor de matemáticas explicando apasionadamente las integrales. Como no entendía ni la mitad de lo que estaba diciendo, decidí mirar por la ventana. Podría dedicarme todos los días a observar el amanecer que va bañando de color la ciudad. Siempre ocurre del mismo modo pero me parece algo mágico: el sol va saliendo con un color naranja amarillento por detrás de los edificios, empieza a inundar con una luz cálida las ventanas de la clase y seguidamente, esa calidez tan maravillosa va alumbrando las copas de los árboles. Las hojas van cambiando de color, primero de un naranja apagado a un amarillo, luego alumbra más parte de la copa y se pueden distinguir muchos más colores: verde, marrón, naranja, rojo...
Como ya he dicho antes; parece algo mágico.
Seguí mirando por la ventana y observé la casa granate de enfrente. La puerta se había abierto y de ella salía una niña con tirabuzones castaños de unos 8 años cogida de la mano de su padre. Su madre, todavía en pijama, se encontraba en la puerta despidiéndose con la mano.
Esta escena la contemplaba todos los días de mi rutina y no me cansaba de verla, ya que se había convertido en mi momento favorito del día. Podía verme a mí en esa escena, reflejada en ella, solo que unos diez años atrás. Me recordaba a mi antigua familia e infancia, cuando mi padre le daba un beso de despedida a mi madre antes de irse a trabajar y a mi me cogía de la mano para llevarme al colegio. Pero algo cambió con el tiempo, y mi padre ya no le daba el beso de despedida a mi madre, sino a otra mujer. Y dejó de cogerme de la mano para llevarme al colegio, cogiéndosela a su nueva hija. Por alguna razón dejó de querer a mi madre, pero a la vez, también dejó de quererme a mí.
A pesar de que estos recuerdos me rompen poco a poco, sigo adorando esa escena familiar tan dulce, porque hace tiempo que decidí recordar a mi padre de ese modo, en ese entonces y olvidar por completo el de ahora.

- Sofía –era mi profesor– ¿puedes decirme lo que acabo de explicar?

- Em.. am... no lo sé. –balbuceé mirando mi libreta y sonrojándome mientras oía risas burlonas por detrás de mí.

- Cuando termine la clase no te vayas, tengo que hablar contigo. –me dijo con tono serio.

Sam me hizo una mirada de preocupación. Podía ver lo que me estaba preguntando "¿qué te ocurre?". Le dije con los labios que nada, pero supongo que no se lo creyó.
Acabamos las tres primeras clases y el profesor me tuvo la típica charla de "te veo más despistada últimamente" o "si tienes algún problema, habla con Martínez, él siempre sabe qué hacer". Asentí y le dije que me concentraría más. El señor Martínez era el psicólogo del instituto y mi madre me había obligado a ir a aquella dichosa habitación para hablar con él sobre cómo me siento.
Cuando terminé de hablar con el profesor, Sam me esperaba en la puerta frunciendo el ceño preocupada. 

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha dicho? ¿Te ha vuelto a echar la charla? –me dijo con intriga mientras caminábamos por los pasillos.

- Sí, lo ha vuelto a hacer, qué pesado. Y me ha recomendado que hable más a menudo con el psicólogo. -puse los ojos en blanco y coloqué bien la mochila en mi espalda.

-¿Con el pelo rata?

Estallé a reír nada más escuchar el mote que le habíamos puesto desde que teníamos doce años. El psicólogo me ha ayudado con todo, pero su aspecto siempre ha sido de lo más peculiar. Camisas de los años cincuenta a rayas y colores apagados, pantalones por arriba del ombligo y de largos casi por la rodilla, gafas grandes y gruesas, y por supuesto su peinado con tupé.

-Sí, con el pelo rata Sam, pero me lo ha recomendado, así que no creo que vaya, no m....-respondí sin darle importancia mientras veía a lo lejos a Javi sonriéndome.

-¿No te qué? ¡Oye! Que estoy aquí... -contestó Sam indignada. Siguió mi mirada y también pudo ver a Javi a unos metros delante de nosotras.- Ah bueno, está ahí tu amor, ya volverás al mundo real.

Desvié la mirada de Javi y le sonreí a Sam como disculpa. Me despedí de ella y seguí en dirección hacia él.

Javi estaba esperándome en mitad del pasillo con una sonrisa. Me dirigí hacia él y cuando estaba a centímetros, abrió sus brazos alrededor de mi dándome todo su cariño en un abrazo, inundandome además con ese perfume que me volvía loca. 
- ¿Cómo estás pequeña? –dijo mientras me daba un beso en la cabeza y pasaba su brazo por encima de mis hombros. 

- Bueno, la hora de matemáticas ha sido un infierno, y más todavía la charla que me ha dado hace cinco minutos Don Luis, pero ahora que estoy contigo, genial. –saqué mi mejor sonrisa y pasé mi brazo por su cintura. 

- Ese profesor es insufrible, pero tranquila, que ya queda poco para quitártelo de vista. –sonrió también con cara alegre y nos dirigimos a la cafetería para almorzar. 
Allí estaban los amigos de Javi, Sam con su novio Miguel y un par de chicas más que se sentaron con ellos. Nos unimos al grupo y comenzamos a comer y a quejarnos de lo insoportables que eran las clases, en lo duro que se estaba volviendo el curso y en lo poco que quedaba para los exámenes finales.

Sé terminó el descanso, y me despedí de Javi con un beso fugaz porque llegábamos justos a clase. Cuando entré, todavía no había llegado la profesora. Menos mal, porque tenía muy mal carácter. 
Para mi sorpresa y la de todos los demás, entró el jefe de estudios por la puerta de clase cerrandola tras de sí. 

- Buenos días. –hizo una pequeña pausa para que le respondiéramos todos y siguió hablando.– Cómo ya sabéis, tan sólo os queda un trimestre para terminar el curso académico y hacer el examen de selectividad. Pero no he venido aquí para deciros algo que ya sabéis y daros más estrés. He venido para hablaros sobre el plan de intercambio que se realiza este año en los alumnos de último año–dijo señalando con evidencia a la clase.– vosotros. Consistirá en mudarse a la ciudad de Florencia, durante 3 meses para terminar allí el resto de las clases, acomodandose en una casa de una familia italiana. 

Mientras nos iba contando todo esto, mi corazón se aceleró y mi mente no dejaba de imaginar escenas en aquella ciudad tan maravillosa. Siempre me había llamado la atención Italia, y todavía más Florencia. Sam me miraba con los ojos brillantes de la emoción y estaba claro, que sentía lo mismo que yo. 

- Pero tan sólo podrán realizar este viaje un escaso número de personas con un alto valor académico, ya que el programa solamente ofrece tres plazas. Quien esté interesado/a que se acerque a secretaria y rellene las fichas de inscripción antes de que termine el día. 

Con una mirada ya sabíamos que ese viaje, tenía que ser nuestro. 

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