2. Un día de luto.

- Por favor, te lo suplico, delante de los niños no, no hagas esto. 
- He dicho que te calles, yo haré lo que yo quiera, esta es mi casa, y si no te gusta, lárgate de aquí. 
- No dejaría a mis hijos solos con un monstruo como tú, si sigo aquí es por ellos, no por ti. 
- Ten cuidado con lo que dices..
- No pienso callarme. ¿Por qué? ¿vas a cometer el mismo error de siempre? llegas borracho a diario, de madrugada, y montando un espectáculo, despiertas a los niños y les asustas, tienen miedo de su propio padre. 
- ¡Te he dicho que te calles! 
- ¡Y yo te he dicho que no pienso hacer...!
- ... 
- ...
- Lo siento, lo siento, lo siento no quería hacerlo, he perdido la cabeza, lo siento, ¿estás bien? ¿te he hecho daño?
- Por favor, déjame, no me toques. 
- Cariño lo siento yo no quer...
- No me pidas perdón, reza para que los niños estén durmiendo y no hayan escuchado nada. Y he dicho que no me toques, no vuelvas a acercarte a mí. 

[...]

Desperté de golpe, tal y como cuando estás soñando que te caes al vacío. 
Las sábanas estaban pegadas a mí debido al sudor que desprendía mi cuerpo.
Era aún de noche, de madrugada. 
Me quedé mirando hacia ninguna parte, hacia la oscuridad, y una gota de sudor cayó de mi frente, mis tensos músculos empezaron a relajarse y mi acelerada respiración empezó a calmarse. 
Casi todas las noches, la misma escena invadía mi mente y hacía que me despertase a horas nauseabundas como si de una pesadilla se tratase, y es que era aún peor que eso. 
Miré el reloj. 
Las cuatro y trece minutos. 
Sabía que no podría volverme a dormir así que me levanté de la cama para ir a beber algo frío, hacía demasiada calor en la casa, o quizá era sólo yo. 
Abrí la puerta de mi habitación y, justo en frente de ella, se encontraba Simba, durmiendo plácidamente. 
No quise interrumpir su sueño así que seguí caminando a paso lento. 
La planta de mis pies desnudos tocaban el frío suelo de parquet, una sensación que me gustaba bastante. 
Pasé delante del salón y vi que alguien había dejado la televisión encendida, pero seguí hasta la cocina, donde cogí una botella de agua de la nevera para luego verter en un vaso. 
Mientras bebía eché un vistazo a mi alrededor. 
La cocina estaba hecha un asco; los platos sin fregar, las encimeras sucias, el suelo, la pequeña mesa que teníamos para desayunar, y todo en medio en general. 
Seguía sin entrarme nada de sueño así que me puse a arreglar un poco aquel desastre. 
Limpié las encimeras, barrí y fregué el suelo, tiré restos de comida a la basura y por último, la mesa, y todo en silencio, como un ninja como aquel que dice. 
Dejé los platos para cuando estuvieran todos en pie, no era justo que a causa de mi insomnio, los demás no pudieran dormir. 
Fui al salón, y... más de lo mismo, ropa tirada en cualquier sitio, varias tazas en la mesita de café, la televisión encendida e incluso el sofá no estaba en su sitio. 
Recogí todo rápidamente y me puse a ver la tele, tendría que estar durmiendo, porque tenía que madrugar, pero ahí seguía. 

No había nada interesante, los programas que se emitían no es que fuesen muy buenos, y mucho menos a esas horas, puse Rock Television y me limité a dejar sonar la música que ponían de fondo con el volumen lo más bajo posible mientras me asomaba al balcón, no me vendría mal tomar el aire un poco. 
Volví a mirar el reloj, las seis menos diez. 

Apoyé mis brazos en la helada barandilla y esperé a que saliese el sol, era una imagen realmente preciosa, el amanecer visto desde tan alto y alrededor de tanta hermosura como la ciudad de Florencia era algo totalmente digno de ver. 
Pasaron unos minutos y empezó a salir el sol, bañando el barrio de Oltrarno de luz y de color. 

Desde mi balcón se podía ver el Ponte Vecchio, y varios lugares más como Piazza Santo Spirito, la plaza de una de las iglesias más interesantes y curiosas de Florencia, la del Santo Spirito. 

En la plaza, el trajín es continuo tanto de día como de noche: por la mañana se ve ocupada por los puestos de un mercado que se celebra a diario, mientras que de noche, son las terrazas de sus bares y restaurantes las que se ponen a rebosar, escena que se podía contemplar desde mi propia casa. 

El barrio de Oltrarno brinda desde varios lugares las vistas más bellas de Florencia, su mar de tejados rojos, sus torres, miradores y campanarios, y también cantidad de negocios de artesanos, puesto que Oltrarno es una zona situada al otro lado de las murallas que protegían la ciudad ha sido siempre y será el barrio de los trabajos antiguos, como por ejemplo, trabajos como restaurador, o escultor.

Estaba tan embobado contemplando aquella hermosa escena que no me percaté de que ya mismo sería hora de levantar a mi hermana y a mi padre, iba a ser un día muy largo y sobretodo muy duro. 

Noté un cosquilleo y como que algo rozaba mi pierna. Era aquel felino al que adoraba, mi pequeño Simba, que venía a darme los buenos días ronroneando con los ojos entrecerrados. Aquel pequeño gato de color negro grafito había sido mi mejor compañía, porque para qué vamos a engañarnos, a veces los animales te hacen más compañía que una persona. 

-Eh, hola, pequeño. 

Lo cogí y lo llevé dentro y estuve un buen rato acariciándole y escuchando el ronroneo. 

Eran ya casi las siete, fui a despertar a mi hermana y a mi padre. 
Entré a la habitación de mi hermana, estaba durmiendo plácidamente con cara de ángel. 
Miré a los lados de la habitación, buscando su pequeño equipo de música, lo divisé, estaba bajo un par de prendas de ropa, las cuales quité de encima. 
Encendí el pequeño equipo y busqué una canción; hice sonar Asleep, de The Smiths, abrí un poco la persiana, lo justo para no tener que encender la luz y me senté en la silla de su escritorio, esperando a que despertase. 
A los pocos segundos surgió efecto, abrió un poco los ojos, algo confusa, miró a su alrededor, y me vio a mí. 
Me dedicó una leve sonrisa y se estiró. 

- Buenos días Alex, ya casi son las siete, levántate y desayuna y sobretodo, cuando termines, por favor te lo pido, no lo dejes todo en medio. 

- Buenos días lo serán para ti, te parecerá bonito despertarme y decirme que me prepare el desayuno, ya tendría que estar listo. 

- Sí, claro, ¿qué más desea la señorita? 

- Cállate. - Se tapó con la sábana y dio media vuelta en la cama. - No quiero levantarme.

Me levanté de la silla y me tumbé a su lado, dándome ella la espalda; le di un fuerte abrazo. 

- Leo me estás asfixiando. 

- Pues levántate ya que no tenemos mucho tiempo y a parte de ser una marmota eres una tardona. 

- Qué tonto eres. 

- Oh, me has ofendido. -me levanté de la cama y la destapé, se quedó mirándome con cara de asombro e intentó volver a taparse, a lo que yo le quité del todo la sábana y me la llevé, gritando desde el pasillo: 

- ¡Más te vale estar lista, a las nueve tenemos que estar saliendo de casa!

Podía escuchar cómo se quejaba desde su habitación. 
Me dirigí hacia la habitación de mis padres, no quería tener que entrar, pero tenía que hacerlo, así que llamé varias veces a la puerta y entré. 
Se respiraba humo en el ambiente y apestaba a whisky, cómo no. 
Y allí estaba mi padre, sentado en la cama, mirando hacia la ventana que tenía justo en frente. 

- Papá, son casi las siete, tenemos que salir de aquí pasadas las nueve para llegar a buena hora a la misa. 

- Ya lo sé, yo también tengo reloj. Y si por mi fuera...

- Si por ti fuera no irías, pero ten un poco de respeto y de humanidad y ve a la iglesia, - se me quedó mirando fijamente y proseguí. - es la misa de el tío Lucas, te parecerá increíble pero es lo que se suele hacer cuando algún familiar tuyo muere, vas a despedirte de él. 

- Te he dicho que sé que hora es, y ya sé lo que tengo que hacer, no me hacen falta lecciones de un crío de dieciséis años. 

- Pues no lo parece. 

- No me tientes Leo, sal de aquí antes de cabrearme, es demasiado temprano para discutir. 

- Como quieras padre, como quieras. 

Fui a vestirme a mi habitación, hoy tocaba ir de luto. 
Hice la cama y luego a desayunar; Alex tenía una expresión muy seria en la cara, seguramente nos habría escuchado, ella al igual que yo odiaba esta situación. 
Se escuchó a mi padre dar una voz desde el pasillo:

- ¡Alexandra, haz tu cama antes de irnos, que no tenga que repetírtelo! 

Dimos ambos un pequeño bote, no nos lo esperábamos. 

- Tranquila. - dije - Ve a hacer la cama, anda, evitemos el tener una movida familiar hoy, bastante tenemos ya todos los días. 

Hizo su cama, nos terminamos de arreglar y nos dirigimos a la iglesia Santo Spirito, a decir adiós por última vez a nuestro tío. 

El recorrido de la casa a la iglesia fue muy tenso. Todo en silencio, sin decir ni una sola palabra. Yo me limitaba a pensar y reflexionar mientras escuchaba música sobre lo frágil que es la vida, no importa la edad que tengas, un día sin saber por qué, algo puede pasarte, ya sea una enfermedad, por la edad, o en el caso de mi tío, que aún le quedaba más de la mitad de su vida por delante, por un accidente. Pensaba que tal y como dice la frase, la vida son dos días, nunca sabes lo que puede pasar y tienes que aprovechar cada hora, cada minuto, cada segundo de ella al máximo.
La verdad, si llego a la vejez, no me gustaría ponerme a pensar y darme cuenta de que he desperdiciado mi vida, o hacerme la típica pregunta de "¿y si hubiera...?", no. Definitivamente no. Yo quería vivir mi vida a mi modo, sin arrepentirme de nada, o como también dice la frase, "si vas a hacer algo de lo que te vayas a arrepentir a la mañana siguiente, duerme hasta tarde".

En ese momento, salí de ese trance, sonó una de mis canciones favoritas, de esas con las que te identificas totalmente, y sientes que alguien te entiende, que no estás solo, y es que Beautiful Pain de Eminem, era una canción que decía exactamente lo que pensaba y sentía respecto a mi vida.

Hacía muchos años desde que mi madre se largó de casa sin despedirse si quiera, ni una triste carta o una llamada, nada.
Mi padre siguió comportándose igual hasta el día de hoy, y Alex, bueno... digamos que yo la sostuve y la sostengo, a la vez que me sostengo a mí mismo.
La verdad, no sabía qué me daba más rabia y me cabreaba más, el que mi madre se hubiera ido un día sin saber cómo ni por qué, o que mi padre no hubiera cambiado en absoluto, que cuando no trabajaba, se dedicaba a encerrarse en su habitación a fumar, beber y lamentarse de lo mal marido que fue y lo mal padre que está siendo.
La adolescencia ya es bastante dura como para tener que aguantar más cosas que se iban acumulando, y lo cierto es que, tenía miedo de explotar.

El coche se detuvo, nos bajamos y mi padre cerró el coche y acto seguido entró en la iglesia. Observé a Alex; estaba quieta, mirando aquella fachada, ella no lo decía pero yo sabía exactamente lo que pensaba. Todavía no lo había asimilado, ni se hacía a la idea de que habíamos perdido no sólo a nuestro tío, sino a nuestro amigo, era joven y nos entendía y ayudaba siempre que podía, y el hecho de entrar en esa iglesia le aterrorizaba, le aterrorizaba enfrentarse a la realidad, al igual que a mí.

Justo antes de entrar, me llegó un mensaje de Ricardo, mi mejor amigo.

"Hola Leo, no sé si te pillaré en un buen momento, pero me he enterado de lo que ha pasado y... quería decirte que lo siento, y que, estoy aquí para lo que necesites, aunque ya lo sepas, quiero recordártelo".

"Gracias Ricky, significa mucho para mí. Estamos a punto de entrar, luego te llamo y hablamos un rato".

"Hecho, hasta luego".

Guardé el móvil y cogí a Alex de la mano como si de una niña pequeña se tratase, y porque a ambos nos iba a hacer falta sentir mucho apoyo y, a continuación, entramos en la iglesia.











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