3. Tarjeta verde.


Acababa de poner la mesa cuando escuché cómo la puerta de casa se cerraba. Era mi madre que había vuelto de trabajar. Me puse de los nervios porque tenía que contarle lo del viaje a Florencia, y no sabía cómo se lo iba a tomar. Sam y yo habíamos entregado el papel de suscripción nada más terminaron las clases sin pensárnoslo dos veces. Lo cierto es que ha sido una locura, ya que sólo he pensado en mí misma y se me había olvidado por completo la opinión de mi madre.

Hola mamá, ya está lista la cena. -estaba de pie en la cocina, nerviosa. Me coloqué el pelo por detrás de las orejas y me apoyé en la mesa para actuar con más normalidad. 

- Hola cariño. – me dio un beso en la mejilla, dejó las cosas en la cocina y echó un vistazo a la mesa. -¿espaguetis a la carbonara?, esa es mi comida favorita, algo quieres.

- No, solamente me apetecía hacerla, he imaginado que estarías muy cansada después de trabajar todo el día. -mentí con una sonrisa.

- Bueno, gracias cielo, pero a mí no me engañas. -me echó 'su mirada' y nos sentamos a cenar.

¿Qué tal el trabajo?

- Pf, ha sido un día duro, el paciente del que te hablé no ha respondido como esperábamos al trasplante de corazón y lo ha rechazado. –dijo agachando la cabeza y enrollando los espaguetis al tenedor.

- Vaya... lo siento mamá.

Mi madre trabajaba de enfermera en el hospital que estaba justo detrás de mi casa. Llevaba trabajando ahí desde hace muchos años y gracias a ella me fascina todo lo relacionado con la salud. Cuando era pequeña y pasaba días enteros allí metida, supe que me iba a gustar todo aquello y me dije a mí misma que quería ser como ella. Por ese motivo me estoy esforzando tanto en mis notas, porque necesito una puntuación alta para entrar en la universidad.

- No pasa nada, son cosas que pasan. Algunos pueden con ello y otros no. -subió y bajó los hombros con cansancio. -¿y tú que tal el instituto?

Allá vamos, tenía que decírselo quisiera o no.

Bien, he tenido una mañana distinta a las demás.

- ¿Qué te ha pasado?


-Nos ha pasado mamá, a Sam y a mí. -frunció el entrecejo preocupada.- Tranquila, no es nada malo, solo que… ha venido el jefe de estudios a comentarnos el plan de intercambio de este año, y… nos hemos presentado.

Mi madre abrió los ojos como platos y se quedó inmóvil, mirándome. El hecho de que su niña, que ya no era tan pequeña, saliese del país, e incluso de la ciudad, le aterrorizaba, era demasiado protectora conmigo. 

- ¿Que... que has hecho qué? ¿sin avisarme ni consultarme? ¿te das cuenta de lo que conlleva que hagas ese viaje? 

- Mamá, no es nada definitivo, sólo podrán ir tres personas y ya sabes que es mi sueño, y no nos costaría dinero. 

- ¿Y si Sam no va contigo? ¿y si no conoces a las personas que vayan? ¿y si te toca con una familia problemática? No, definitivamente no, no puedo dejar que te vayas, lo siento, es demasiado peligroso. 

- ¡Pero mamá!

- Ni mamá ni nada, he dicho que no irás a ese viaje. 

- ¡Es sólo un viaje para seguir estudiando allí y cumplir mi sueño, no puedes esperar que me quede aquí haciendo lo que tú quieras, ya no soy una niña, es mi vida, no la tuya, abre los ojos de una vez! –dije alterada. 

Se quedó paralizada, sin decir una palabra. Apartó su plato de la mesa y se levantó de la silla. 

- Recoge la mesa y friega los platos. No te acuestes tarde, mañana madrugas. 

Fue hacia su habitación cabizbaja y me sentí horriblemente mal por haberla gritado de esa manera. Hice exactamente lo que me dijo a excepción de que no pegué ojo en toda la noche. 


El despertador volvió a sonar más irritable de lo normal, y después de la noche pasada decidí concederme unos cinco minutos más. El problema fue que no fueron cinco, si no veinte. Di un gran salto de la cama al ver que eran las ocho menos cinco, y por supuesto, llegaba tarde. Me vestí rápidamente, cogí la mochila y fui a la cocina. Estaban todas las luces apagadas y no tenía el desayuno preparado como todas las mañanas, mi madre estaba enfadada, me había quedado claro. Sentía la duda de ir a decirle que me iba al instituto o... simplemente irme sin más, además, tampoco quería despertarla. Así que guardé las llaves de casa en el bolsillo y salí por la puerta.
Las tres primeras horas fueron más eternas de lo normal, encima no podía pensar en otra cosa que en el viaje a Florencia. Estaba claro que tan solo nos habíamos suscrito, y bueno, teníamos probabilidades de que nos cogieran, pero no había nada claro todavía. Debería haberlo consultado antes con mi madre, he sido muy egoísta ya que si me voy tres meses allí, ella se quedará completamente sola en casa.
Cuando pensé aquello, un sudor frío me recorrió la espalda.

- Sé en qué estás pensado, y sí, ha sido una locura. –Sam me miraba exactamente igual que yo a ella, con cara de culpabilidad.

- ¿Cómo se lo han tomado tus padres?

- Bueno… -decía mientras alargaba la palabra y subía un poco el tono de su voz.- podríamos decir que mejor de lo que esperaba. Les preocupa que no vayamos juntas, no pensamos en eso, ¿sabes?

- Lo sé, mi madre está igual, pero nuestras notas son lo suficientemente altas para tener probabilidades y además, similares. Pienso que si te cogen a ti, también a mí. –recogí las cosas de encima de la mesa y nos dirigimos hacia la cafetería.

- Es posible, pensé en eso cuando entregamos el papel, por eso lo hice tan convencida. Pero…

- Nos olvidamos de todo lo demás, ya. Mi madre se ha enfadado conmigo por no contar con ella en esto, pero no soy una niña pequeña, me falta poco para cumplir dieciocho años, tengo derecho a elegir qué quiero hacer con mi vida. –aquello sonó más serio de lo que esperaba.

Sam no dejaba de asentir con la cabeza. Por estos motivos es mi mejor amiga, porque no solo me entiende, si no que piensa exactamente igual que yo. Es como, mi otra yo y me encanta.

- Yo lo estuve hablando ayer por la tarde con Mig y se molestó un poco, pero me comprendió. Piensa que tan solo son tres meses, pero que aun así, le van a parecer una tortura. El lado bueno, es que tendrá más tiempo para dedicarse a los estudios, pero no sé Sofi, a pesar de que voy a echarle de menos, vale la pena…

Mientras Sam hablaba, mi mente no dejaba de decir: “Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda...” Javi.
Me había olvidado por completo de él, ¿pero cómo me podía pasar esto? ¿Cómo he podido ser tan despistada y egoísta? Se me cayó el mundo al suelo en un instante.

- Oh joder Sofía, ¿no se lo has dicho a Javi?

- No, no le he contado nada. Lo había olvidado. –dejé de caminar justo en la puerta de la cafetería y me tapé los ojos con las manos.

- Pues vas a tener que hacerlo pronto, porque no se lo vas a poder ocultar durante mucho tiempo.

- Es que si le cuento que me he inscrito sin preguntarle nada, se va a cabrear, y lo sabes. –me hizo una mirada comprensiva. Ambas sabíamos el carácter de Javi y se lo tomaba todo muy a pecho.- Estoy pensando… ¿y si no le digo nada? Tenemos probabilidades de que nos elijan, pero , ¿y si no?

- ¿Y si sí? –Sam casi me gritó con aquello.

- Si no nos eligen, no sabrá nada de esto nunca. –la mirada amenazadora de Sam ya me lo estaba diciendo todo.

- Vale vale, es una mala idea.

- Una muy mala idea. Porque si no te eligen, al final se va a enterar ya que Mig quizá ya se lo haya contado… Y si te eligen y no le cuentas nada, va a ser lo peor.

Sabía que tenía razón, pero contarle esto a Javi me daba más miedo incluso que a mi madre, y eso ya es decir. De lo que estaba segura, era que tenía que saberlo por mí misma, y no por otras personas.
Entramos a la zona de las mesas y allí estaban nuestros amigos, con la mejor cara de la semana porque por fin era viernes. Javi me miraba sonriendo mientras nos acercábamos a ellos, tenía miedo de saber cuánto tiempo iba a durar esa sonrisa.
No dije nada, le di un beso al sentarme y saqué mi almuerzo.

- ¿Qué te apetece hacer esta noche? –sacó tres papeles de colores.

- ¿Qué es eso? –le miré con curiosidad y los dejó encima de la mesa. Eran tres tarjetas de colores; roja, verde y azul.

- Como siempre me respondes que no sabes qué hacer los fines de semana, pues te doy a elegir entre estas tres opciones.

En la tarjeta roja ponía Una partida a bolos y lo que surja, luego en la verde había escrito Películas de miedo en el sofá (con palomitas por favor), y en la azul Adiós a las noches de flexo, y hola a la fiesta.
No pude evitar sacar una sonrisa como agradecimiento, pero después de lo que tenía que decirle, se me habían ido las ganas de todo.

- Mmm… -cogí la tarjeta de color verde y se la di.- Esta.

- No sé porqué, sabía que ibas a escoger esa.

- Porque es mi color favorito… ¿quizá? –me sacó la lengua y guardé las otras dos tarjetas para otro día.

- Vale, pues llegaré a tu casa sobre las nueve. –me puse un poco tensa, ya que lo mejor era que no viniese a mi casa porque así iba a enterarse sí o sí de lo que había hecho, pero no podía ponerle ninguna excusa.



- Vale, pero las palomitas las traes tú. -refunfuñó un poco, pero al fin y al cabo, se las iba a comer todas él, como siempre.


Al llegar a casa después del instituto, mi madre se había ido a trabajar, así que no iba a verla hasta la hora de cenar. No sabía muy bien como actuar ante esta situación, porque es la primera vez que nos pasa esto. 
Dediqué la mitad de la tarde a estudiar y la otra a dibujar. Dibujar siempre me ayudaba a relajarme y evadirme de todo, era como mi billete de huida, sobre todo si tenía de música de fondo a Passenger. Mi dibujo consistió en los árboles que hay justo delante de mi instituto, los que van cambiando de color a medida que pasa el día. Dibujé el árbol tres veces, y luego cada uno lo pinté dependiendo de los rayos de sol que lo iluminaran. Estaba terminando de pintar el tercer árbol con colores otoñales cuando mi madre entró por la puerta hablando con Javi. 
Salí rápido de mi habitación para ir a recibirlos, no sabía cómo estaría mi madre, pero por lo visto con Javi estaba como siempre, menos mal. 

- Hola. –les dije a los dos. 

- Hola Sofia, me voy a cenar, ya os dejo solos. 

- Tranquila mamá, no importa. –dije, pero ya se había metido en la cocina.

Javi y yo nos fuimos hacia mi habitación para ir escogiendo qué película íbamos a ver. 

- ¿Quieres de miedo o prefieres otro tema? A mi no me importa cambiar. –le dije mientras iba encendiendo el portátil.

- ¿Acaso eres una cagueta? 

- No idiota, no es la primera vez que veo una película de terror contigo.

- Ya, pero siempre terminas destrozandome la
mano de tanto apretar, vaya. –dijo mientras le hacia una mirada asesina.– Ve eligiéndola tú, que yo mientras voy a hacer las palomitas al microondas. 

Escogí una llamada La cabaña del bosque, que al final resultó ser más de risa que de miedo, ya que salían escenas tan típicas que al final te hacían gracia. Las palomitas se terminaron a los cinco minutos de empezar a verla, pero como ya dije antes, por que él sé las zampó todas. 
Cuando faltaban veinte minutos de película, mi madre llamó a la puerta.

- Chicos, me voy a la cama, mañana me toca trabajar toda la tarde y noche, así que voy a descansar. 

- ¿Mañana tienes turno de guardia? 

- Sí, así que ya te prepararás tu la comida y la cena, ya que eres lo suficientemente mayor como para apañartelas sola.– aquello no me lo esperaba, y como un reflejo, bajé la mirada sin decir nada.– En fin, buenas noches.

- Buenas noches. –respondió Javi a la vez que mi madre cerraba la puerta de la habitación.– Oye, no quiero meterme donde no me llaman pero, ¿ha pasado algo Sofi? 

- Lo cierto es que sí. –seguía sin levantar la mirada, y con nervios por todo lo cuerpo. 

- Puedes contarmelo, si quieres. –pasó su brazo por encima de mi hombro mientras me atraía hacia sí.– ¿a que se refería con lo de que puedes apañartelas tu sola? 

- Ayer le dije que ya no era una niña, que tenía derecho a escoger por mi sola. 

- ¿A escoger qué? –frunció el ceño. Creo que ya sabía a qué me estaba refiriendo. 

- Me he apuntando al intercambio con Sam.  






2. Un día de luto.

- Por favor, te lo suplico, delante de los niños no, no hagas esto. 
- He dicho que te calles, yo haré lo que yo quiera, esta es mi casa, y si no te gusta, lárgate de aquí. 
- No dejaría a mis hijos solos con un monstruo como tú, si sigo aquí es por ellos, no por ti. 
- Ten cuidado con lo que dices..
- No pienso callarme. ¿Por qué? ¿vas a cometer el mismo error de siempre? llegas borracho a diario, de madrugada, y montando un espectáculo, despiertas a los niños y les asustas, tienen miedo de su propio padre. 
- ¡Te he dicho que te calles! 
- ¡Y yo te he dicho que no pienso hacer...!
- ... 
- ...
- Lo siento, lo siento, lo siento no quería hacerlo, he perdido la cabeza, lo siento, ¿estás bien? ¿te he hecho daño?
- Por favor, déjame, no me toques. 
- Cariño lo siento yo no quer...
- No me pidas perdón, reza para que los niños estén durmiendo y no hayan escuchado nada. Y he dicho que no me toques, no vuelvas a acercarte a mí. 

[...]

Desperté de golpe, tal y como cuando estás soñando que te caes al vacío. 
Las sábanas estaban pegadas a mí debido al sudor que desprendía mi cuerpo.
Era aún de noche, de madrugada. 
Me quedé mirando hacia ninguna parte, hacia la oscuridad, y una gota de sudor cayó de mi frente, mis tensos músculos empezaron a relajarse y mi acelerada respiración empezó a calmarse. 
Casi todas las noches, la misma escena invadía mi mente y hacía que me despertase a horas nauseabundas como si de una pesadilla se tratase, y es que era aún peor que eso. 
Miré el reloj. 
Las cuatro y trece minutos. 
Sabía que no podría volverme a dormir así que me levanté de la cama para ir a beber algo frío, hacía demasiada calor en la casa, o quizá era sólo yo. 
Abrí la puerta de mi habitación y, justo en frente de ella, se encontraba Simba, durmiendo plácidamente. 
No quise interrumpir su sueño así que seguí caminando a paso lento. 
La planta de mis pies desnudos tocaban el frío suelo de parquet, una sensación que me gustaba bastante. 
Pasé delante del salón y vi que alguien había dejado la televisión encendida, pero seguí hasta la cocina, donde cogí una botella de agua de la nevera para luego verter en un vaso. 
Mientras bebía eché un vistazo a mi alrededor. 
La cocina estaba hecha un asco; los platos sin fregar, las encimeras sucias, el suelo, la pequeña mesa que teníamos para desayunar, y todo en medio en general. 
Seguía sin entrarme nada de sueño así que me puse a arreglar un poco aquel desastre. 
Limpié las encimeras, barrí y fregué el suelo, tiré restos de comida a la basura y por último, la mesa, y todo en silencio, como un ninja como aquel que dice. 
Dejé los platos para cuando estuvieran todos en pie, no era justo que a causa de mi insomnio, los demás no pudieran dormir. 
Fui al salón, y... más de lo mismo, ropa tirada en cualquier sitio, varias tazas en la mesita de café, la televisión encendida e incluso el sofá no estaba en su sitio. 
Recogí todo rápidamente y me puse a ver la tele, tendría que estar durmiendo, porque tenía que madrugar, pero ahí seguía. 

No había nada interesante, los programas que se emitían no es que fuesen muy buenos, y mucho menos a esas horas, puse Rock Television y me limité a dejar sonar la música que ponían de fondo con el volumen lo más bajo posible mientras me asomaba al balcón, no me vendría mal tomar el aire un poco. 
Volví a mirar el reloj, las seis menos diez. 

Apoyé mis brazos en la helada barandilla y esperé a que saliese el sol, era una imagen realmente preciosa, el amanecer visto desde tan alto y alrededor de tanta hermosura como la ciudad de Florencia era algo totalmente digno de ver. 
Pasaron unos minutos y empezó a salir el sol, bañando el barrio de Oltrarno de luz y de color. 

Desde mi balcón se podía ver el Ponte Vecchio, y varios lugares más como Piazza Santo Spirito, la plaza de una de las iglesias más interesantes y curiosas de Florencia, la del Santo Spirito. 

En la plaza, el trajín es continuo tanto de día como de noche: por la mañana se ve ocupada por los puestos de un mercado que se celebra a diario, mientras que de noche, son las terrazas de sus bares y restaurantes las que se ponen a rebosar, escena que se podía contemplar desde mi propia casa. 

El barrio de Oltrarno brinda desde varios lugares las vistas más bellas de Florencia, su mar de tejados rojos, sus torres, miradores y campanarios, y también cantidad de negocios de artesanos, puesto que Oltrarno es una zona situada al otro lado de las murallas que protegían la ciudad ha sido siempre y será el barrio de los trabajos antiguos, como por ejemplo, trabajos como restaurador, o escultor.

Estaba tan embobado contemplando aquella hermosa escena que no me percaté de que ya mismo sería hora de levantar a mi hermana y a mi padre, iba a ser un día muy largo y sobretodo muy duro. 

Noté un cosquilleo y como que algo rozaba mi pierna. Era aquel felino al que adoraba, mi pequeño Simba, que venía a darme los buenos días ronroneando con los ojos entrecerrados. Aquel pequeño gato de color negro grafito había sido mi mejor compañía, porque para qué vamos a engañarnos, a veces los animales te hacen más compañía que una persona. 

-Eh, hola, pequeño. 

Lo cogí y lo llevé dentro y estuve un buen rato acariciándole y escuchando el ronroneo. 

Eran ya casi las siete, fui a despertar a mi hermana y a mi padre. 
Entré a la habitación de mi hermana, estaba durmiendo plácidamente con cara de ángel. 
Miré a los lados de la habitación, buscando su pequeño equipo de música, lo divisé, estaba bajo un par de prendas de ropa, las cuales quité de encima. 
Encendí el pequeño equipo y busqué una canción; hice sonar Asleep, de The Smiths, abrí un poco la persiana, lo justo para no tener que encender la luz y me senté en la silla de su escritorio, esperando a que despertase. 
A los pocos segundos surgió efecto, abrió un poco los ojos, algo confusa, miró a su alrededor, y me vio a mí. 
Me dedicó una leve sonrisa y se estiró. 

- Buenos días Alex, ya casi son las siete, levántate y desayuna y sobretodo, cuando termines, por favor te lo pido, no lo dejes todo en medio. 

- Buenos días lo serán para ti, te parecerá bonito despertarme y decirme que me prepare el desayuno, ya tendría que estar listo. 

- Sí, claro, ¿qué más desea la señorita? 

- Cállate. - Se tapó con la sábana y dio media vuelta en la cama. - No quiero levantarme.

Me levanté de la silla y me tumbé a su lado, dándome ella la espalda; le di un fuerte abrazo. 

- Leo me estás asfixiando. 

- Pues levántate ya que no tenemos mucho tiempo y a parte de ser una marmota eres una tardona. 

- Qué tonto eres. 

- Oh, me has ofendido. -me levanté de la cama y la destapé, se quedó mirándome con cara de asombro e intentó volver a taparse, a lo que yo le quité del todo la sábana y me la llevé, gritando desde el pasillo: 

- ¡Más te vale estar lista, a las nueve tenemos que estar saliendo de casa!

Podía escuchar cómo se quejaba desde su habitación. 
Me dirigí hacia la habitación de mis padres, no quería tener que entrar, pero tenía que hacerlo, así que llamé varias veces a la puerta y entré. 
Se respiraba humo en el ambiente y apestaba a whisky, cómo no. 
Y allí estaba mi padre, sentado en la cama, mirando hacia la ventana que tenía justo en frente. 

- Papá, son casi las siete, tenemos que salir de aquí pasadas las nueve para llegar a buena hora a la misa. 

- Ya lo sé, yo también tengo reloj. Y si por mi fuera...

- Si por ti fuera no irías, pero ten un poco de respeto y de humanidad y ve a la iglesia, - se me quedó mirando fijamente y proseguí. - es la misa de el tío Lucas, te parecerá increíble pero es lo que se suele hacer cuando algún familiar tuyo muere, vas a despedirte de él. 

- Te he dicho que sé que hora es, y ya sé lo que tengo que hacer, no me hacen falta lecciones de un crío de dieciséis años. 

- Pues no lo parece. 

- No me tientes Leo, sal de aquí antes de cabrearme, es demasiado temprano para discutir. 

- Como quieras padre, como quieras. 

Fui a vestirme a mi habitación, hoy tocaba ir de luto. 
Hice la cama y luego a desayunar; Alex tenía una expresión muy seria en la cara, seguramente nos habría escuchado, ella al igual que yo odiaba esta situación. 
Se escuchó a mi padre dar una voz desde el pasillo:

- ¡Alexandra, haz tu cama antes de irnos, que no tenga que repetírtelo! 

Dimos ambos un pequeño bote, no nos lo esperábamos. 

- Tranquila. - dije - Ve a hacer la cama, anda, evitemos el tener una movida familiar hoy, bastante tenemos ya todos los días. 

Hizo su cama, nos terminamos de arreglar y nos dirigimos a la iglesia Santo Spirito, a decir adiós por última vez a nuestro tío. 

El recorrido de la casa a la iglesia fue muy tenso. Todo en silencio, sin decir ni una sola palabra. Yo me limitaba a pensar y reflexionar mientras escuchaba música sobre lo frágil que es la vida, no importa la edad que tengas, un día sin saber por qué, algo puede pasarte, ya sea una enfermedad, por la edad, o en el caso de mi tío, que aún le quedaba más de la mitad de su vida por delante, por un accidente. Pensaba que tal y como dice la frase, la vida son dos días, nunca sabes lo que puede pasar y tienes que aprovechar cada hora, cada minuto, cada segundo de ella al máximo.
La verdad, si llego a la vejez, no me gustaría ponerme a pensar y darme cuenta de que he desperdiciado mi vida, o hacerme la típica pregunta de "¿y si hubiera...?", no. Definitivamente no. Yo quería vivir mi vida a mi modo, sin arrepentirme de nada, o como también dice la frase, "si vas a hacer algo de lo que te vayas a arrepentir a la mañana siguiente, duerme hasta tarde".

En ese momento, salí de ese trance, sonó una de mis canciones favoritas, de esas con las que te identificas totalmente, y sientes que alguien te entiende, que no estás solo, y es que Beautiful Pain de Eminem, era una canción que decía exactamente lo que pensaba y sentía respecto a mi vida.

Hacía muchos años desde que mi madre se largó de casa sin despedirse si quiera, ni una triste carta o una llamada, nada.
Mi padre siguió comportándose igual hasta el día de hoy, y Alex, bueno... digamos que yo la sostuve y la sostengo, a la vez que me sostengo a mí mismo.
La verdad, no sabía qué me daba más rabia y me cabreaba más, el que mi madre se hubiera ido un día sin saber cómo ni por qué, o que mi padre no hubiera cambiado en absoluto, que cuando no trabajaba, se dedicaba a encerrarse en su habitación a fumar, beber y lamentarse de lo mal marido que fue y lo mal padre que está siendo.
La adolescencia ya es bastante dura como para tener que aguantar más cosas que se iban acumulando, y lo cierto es que, tenía miedo de explotar.

El coche se detuvo, nos bajamos y mi padre cerró el coche y acto seguido entró en la iglesia. Observé a Alex; estaba quieta, mirando aquella fachada, ella no lo decía pero yo sabía exactamente lo que pensaba. Todavía no lo había asimilado, ni se hacía a la idea de que habíamos perdido no sólo a nuestro tío, sino a nuestro amigo, era joven y nos entendía y ayudaba siempre que podía, y el hecho de entrar en esa iglesia le aterrorizaba, le aterrorizaba enfrentarse a la realidad, al igual que a mí.

Justo antes de entrar, me llegó un mensaje de Ricardo, mi mejor amigo.

"Hola Leo, no sé si te pillaré en un buen momento, pero me he enterado de lo que ha pasado y... quería decirte que lo siento, y que, estoy aquí para lo que necesites, aunque ya lo sepas, quiero recordártelo".

"Gracias Ricky, significa mucho para mí. Estamos a punto de entrar, luego te llamo y hablamos un rato".

"Hecho, hasta luego".

Guardé el móvil y cogí a Alex de la mano como si de una niña pequeña se tratase, y porque a ambos nos iba a hacer falta sentir mucho apoyo y, a continuación, entramos en la iglesia.